Hoy es miércoles.
Cuando llegué a verlo, a eso del
mediodía, papá estaba en posición horizontal, con los ojos cerrados y la boca
abierta. Yo iba preparada con la crema de ordeñe y decidida a aplicarle masajes
en las piernas, pies y dedos, por lo menos, durante una hora. Dado el estado de
deterioro de mi padre, menos de una hora me parece al santo botón (entre los
uruguayos, que no sirve).
Y fue lo que hice. Con crema en
las manos, empecé por la planta de los pies, seguí por cada uno de los dedos y
ya después, como evidentemente la sensación que él experimenta es muy agradable
–aunque a veces se queja de dolor también-, fui a lo que me interesa: las
piernas.
Digo que me interesan las piernas
porque constituyen los elementos de sustento, es decir que con los palos flacos
que tiene ahora, puro hueso y piel, no podría ni siquiera intentar pararse. Y
si no logra pararse, las varias heridas de su piel se transformarán en éscaras.
Y las éscaras solo significan dolor, mucho dolor.
Una de las hermanas mayores de
papá murió con la misma enfermedad. Al final, ella quedó como una momia,
rígida, con las extremidades dobladas e inmóviles. Recuerdo que cuando quienes
se ocupaban de ella la volteaban periódicamente de un lado y del otro en la
cama, Carmeta –así le decíamos a mi preciosa tía- se dejaba mover como un
paquete, como algo seco y sin vida. Pero mi tía tenía algo especial, lo mismo
que observo incluso en mi padre en estos momentos, tenía la mirada de sus ojos
amables y cálidos. Aquella mirada perfumaba el corazón de quien la observaba.
Mi padre está empezando a “momificarse”, eso está claro, pero cuando me mira
con sus ojos celestes intensos se me ilumina el alma. Todavía no sé si le hago
los masajes para que se pare y no tenga éscaras o simplemente porque es un modo
de tocarlo, de darle mi calor con las manos, de frotarlo con mi amor
entreverado con la crema.
La cosa es que, a pesar de que la
“sesión” de hoy fue la tercera, ya puedo notar algún resultado: está más
despierto y más flexible, ¡quién lo iba a decir! Incluso empecé a curarle una
herida fea en un talón, con tejido necrosado. No sé cómo me animé, pero es que
me siento capaz de ayudar para que esa herida siga una buena evolución y
desaparezca. Ya les seguiré contando.
De más está agregar que imagino
que mi lector es alguien como yo, que enfrenta una situación similar y que
podría sentir esa sensación de alivio que se desprende del hecho de compartir.
El sentido de lo que escribo es práctico: me cura y espero que ayude a otros.
Cuéntenme, por favor, cómo les va
a ustedes con su enfermo de Alzheimer. No me interesa lo que digan los médicos,
sino lo que vivencien ustedes. Gracias.
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