miércoles, 22 de agosto de 2012

Mejora con masajes


Hoy es miércoles.
Cuando llegué a verlo, a eso del mediodía, papá estaba en posición horizontal, con los ojos cerrados y la boca abierta. Yo iba preparada con la crema de ordeñe y decidida a aplicarle masajes en las piernas, pies y dedos, por lo menos, durante una hora. Dado el estado de deterioro de mi padre, menos de una hora me parece al santo botón (entre los uruguayos, que no sirve).
Y fue lo que hice. Con crema en las manos, empecé por la planta de los pies, seguí por cada uno de los dedos y ya después, como evidentemente la sensación que él experimenta es muy agradable –aunque a veces se queja de dolor también-, fui a lo que me interesa: las piernas.
Digo que me interesan las piernas porque constituyen los elementos de sustento, es decir que con los palos flacos que tiene ahora, puro hueso y piel, no podría ni siquiera intentar pararse. Y si no logra pararse, las varias heridas de su piel se transformarán en éscaras. Y las éscaras solo significan dolor, mucho dolor.
Una de las hermanas mayores de papá murió con la misma enfermedad. Al final, ella quedó como una momia, rígida, con las extremidades dobladas e inmóviles. Recuerdo que cuando quienes se ocupaban de ella la volteaban periódicamente de un lado y del otro en la cama, Carmeta –así le decíamos a mi preciosa tía- se dejaba mover como un paquete, como algo seco y sin vida. Pero mi tía tenía algo especial, lo mismo que observo incluso en mi padre en estos momentos, tenía la mirada de sus ojos amables y cálidos. Aquella mirada perfumaba el corazón de quien la observaba. Mi padre está empezando a “momificarse”, eso está claro, pero cuando me mira con sus ojos celestes intensos se me ilumina el alma. Todavía no sé si le hago los masajes para que se pare y no tenga éscaras o simplemente porque es un modo de tocarlo, de darle mi calor con las manos, de frotarlo con mi amor entreverado con la crema.
La cosa es que, a pesar de que la “sesión” de hoy fue la tercera, ya puedo notar algún resultado: está más despierto y más flexible, ¡quién lo iba a decir! Incluso empecé a curarle una herida fea en un talón, con tejido necrosado. No sé cómo me animé, pero es que me siento capaz de ayudar para que esa herida siga una buena evolución y desaparezca. Ya les seguiré contando.
De más está agregar que imagino que mi lector es alguien como yo, que enfrenta una situación similar y que podría sentir esa sensación de alivio que se desprende del hecho de compartir. El sentido de lo que escribo es práctico: me cura y espero que ayude a otros.
Cuéntenme, por favor, cómo les va a ustedes con su enfermo de Alzheimer. No me interesa lo que digan los médicos, sino lo que vivencien ustedes. Gracias. 

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