martes, 21 de agosto de 2012

Su situación actual


Mi viejo, hoy.
Sí, a mi viejo le diagnosticaron alzheimer hace más de seis años. Claro que la familia solo necesitaba la confirmación de algo que ya nos temíamos, porque todos íbamos notando esa paulatina transformación  en papá.
Quien habíamos amado y conocido toda la vida, la personita entrañable, llena de defectos pero muy buena que fue mi padre, se estaba alejando y en su lugar veíamos otro hombre, uno con la mirada ausente y claramente más sordo. Mi padre se iba, se despedía de sí mismo y de su mundo a través de esa mirada que ya no reconocía lo suyo.
En el medio, entre aquel día del diagnóstico confirmado y el momento actual, vinieron los médicos, claro. Los afanosos y bienintencionados médicos que intentan hacer lo que pueden. Pero tratándose de alzheimer, ni ellos ni los brujos  son milagreros. Esta enfermedad actúa en el paciente como un silencioso y gigantesco tsunami: nada lo detiene.
Le recé a Dios pero él, con buen tino, me miró y preguntó con sonrisa de niño pícaro: “¿Hasta cuándo querés que viva, el pobre? Te lo dejé hasta ahora, con casi noventa años. Dejalo ir…, dejalo ir…, dejalo ir.” Y en eso estoy.  (Aclaro que escribir déjalo, entre uruguayos, sería una burda traición a la manera como pronunciamos este tiempo verbal: como una palabra grave.)
Estado actual de mi viejo:
·         alimentación: todo licuado, y ayudado con una pajita o sorbito, tal como solían hacer mis hijos cuando tomaban la leche de muy chiquitos;
·         movilidad: solo mueve bastante bien los brazos y apenas gira la cabeza, pero no domina en absoluto las piernas;
·         comunicación: mantiene los ojos cerrados la mayor parte del tiempo, gesticula con lo que supongo son amigos imaginarios, con recuerdos que lo vienen a saludar y lo distraen de nuestros esfuerzos patéticos para que coma o tome agua;
·         apetito: no tiene; le insistimos con el agua, que le damos en una jeringa, un poquito de líquido cada vez.
Hoy empecé a masajearle las piernas, que tiene rígidas y flacas como las patas de las sillas de jardín; bueno, apenas más llenitas. 
Llevé crema de ordeñe para hacerle los masajes en el hogar en el que está, decidida a averiguar qué peste es lo que le pasa con esas piernas que no mueve, que están como si no fueran propias. Estuve una hora masajeándolo y comprendí que tiene los tendones agarrotados. Aclaro que con los conocimientos que adquirí en la facultad de medicina de la esquina, entendí eso. Lo que piensen los médicos de lo que ocurre es respetable, pero para mí, en este estado de cosas, ya no cuenta. 
Además, descubrí que tiene varias heridas en la piel que están como en las gateras, esperando para salir corriendo y convertirse en éscaras.
Por lo tanto, si no camina, tendremos papá sin dolor para poco tiempo. Me propuse darle un masaje diario de una hora, por lo menos, en todas las piernas: muslos, rodillas, el resto y los pies, haciendo hincapié en la planta de los pies y en los dedos. Quiero que camine, si no, su vida va a empezar a ser un infierno.
Seguiré contando. Gracias por escucharme, quienquiera que esté del otro lado.

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